En su borde, el vaso nunca miente.
Él es morada del lúcido inefable.
Por su suave columna
asciende hasta mi labio
tu ensueño advenedizo.
Él me justifica en mi dolor extraño.
Me seduce en tu ausencia.
Me conduce a su huerto.
Me posee...
Y sin sentimentallismos vocifera
que el nuestro
es un algo,
un color,
una nada
todavia sin rostro y sin garganta.
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